lunes, 23 de junio de 2014

Estoy cansada de la soledad de las pantallas que no son más que un puñado de píxeles que nos hacen sentir acompañados cuando no lo estamos.
Porque un puñado de píxeles a veces pueden darte lo que necesitas pero nunca serán una persona en directo. Nunca serán un gesto, un detalle, un mirar, ni un silencio, sino un en línea y un par de ticks.
Estoy cansada de la soledad de las pantallas porque nos hacen creer que estamos, cuando no estamos. Cuando sólo hay kilómetros y distancia, cuando termina agotando este querer hablar, este querer estar, este querer compartir y solo
encontrar
botoncitos y muñequitos
que aunque provoquen más de una sonrisa y de una risa, lejos de unir, separan.
Estar rodilla con rodilla o codo con codo es estar.
Estar pantalla a pantalla, tú en tu cama y yo en la mía no es estar. Es una sensación incómoda y al mismo tiempo violenta porque es como si estuviéramos acompañándonos en ese mismo lugar y tampoco quería eso.
Estoy cansada de las pantallas que en invierno se enfrían y en verano se calientan y que obedecen órdenes a base de paréntesis, puntitos y demás caracteres y símbolos que si los piensas fuerte nunca fueron expresivos, fueron siempre la burocracia del lenguaje, se usaron siempre por necesidad y no por sentimientos.
Y mira dónde hemos llegado.
Que me cansan los píxeles porque yo lo que quiero es que nos juntemos y seamos tan felices hablando en directo que se nos olvide que tenemos móviles y ordenadores, que se preocupen porque llevamos tres horas sin conectarnos.

Pero claro, para eso, primero, tenemos que tener claro quiénes. 

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