Estoy
cansada de la soledad de las pantallas que no son más que un puñado de píxeles
que nos hacen sentir acompañados cuando no lo estamos.
Porque
un puñado de píxeles a veces pueden darte lo que necesitas pero nunca serán una
persona en directo. Nunca serán un gesto, un detalle, un mirar, ni un silencio,
sino un en línea y un par de ticks.
Estoy
cansada de la soledad de las pantallas porque nos hacen creer que estamos,
cuando no estamos. Cuando sólo hay kilómetros y distancia, cuando termina
agotando este querer hablar, este querer estar, este querer compartir y solo
encontrar
botoncitos
y muñequitos
que
aunque provoquen más de una sonrisa y de una risa, lejos de unir, separan.
Estar
rodilla con rodilla o codo con codo es estar.
Estar
pantalla a pantalla, tú en tu cama y yo en la mía no es estar. Es una sensación
incómoda y al mismo tiempo violenta porque es como si estuviéramos
acompañándonos en ese mismo lugar y tampoco quería eso.
Estoy
cansada de las pantallas que en invierno se enfrían y en verano se calientan y
que obedecen órdenes a base de paréntesis, puntitos y demás caracteres y
símbolos que si los piensas fuerte nunca fueron expresivos, fueron siempre la
burocracia del lenguaje, se usaron siempre por necesidad y no por sentimientos.
Y
mira dónde hemos llegado.
Que
me cansan los píxeles porque yo lo que quiero es que nos juntemos y seamos tan
felices hablando en directo que se nos olvide que tenemos móviles y
ordenadores, que se preocupen porque llevamos tres horas sin conectarnos.
Pero
claro, para eso, primero, tenemos que tener claro quiénes.
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