Saber que lo
que hoy te sobra, un día te faltará, es una sensación muy extraña.
Tirando un
poco a pena.
Porque no se
puede hacer nada.
Cuando de
repente te das cuenta de que un día estarás echando de menos algo o alguien,
entonces decides aprovechar al máximo, disfrutarlo y ser feliz el tiempo que
dure, porque sabes que se acabará. Una erasmus. Una de las enseñanzas más
grandes y más importantes que me traje de Alemania: vivir cada momento, porque
se acaba, porque sabes que se acaba, que hay una fecha y ya no vuelve más este estar aquí, y así. Pero cualquier cosa se puede acabar, sin
que exista una fecha de caducidad ni un día de despedida marcado en el
calendario por un vuelo ya comprado. Cualquier cosa puede cambiar sin necesidad
de una catástrofe, sino simplemente porque hay giros inesperados, casualidades
buenas o malas, destino o llámalo como quieras.
Etapas. Saltar de una a otra sin darte cuenta de lo que vas dejando atrás.
Por eso,
cuando de repente eres consciente de que estás en una etapa y puedes pasar a
otra en cualquier momento, entonces decides –entonces decido- aprovechar y
disfrutarlo como si se acabara mañana. Es la moraleja más vieja: un carpe diem como una casa.
Y estar así
probablemente más preparado para los finales. Un final no se puede asumir bien
si llega de repente y sin haber pensado en él previamente. Y ya lo dice el
publicista, crecer es aprender a despedirse.
Pero saber
que lo que hoy te sobra, un día te va a faltar, es una sensación muy extraña.
Porque no se
puede hacer nada.
Porque no
puedes tomar esa decisión de aprovechar al máximo lo que tienes ahora, porque te
parece una mierda. Y lo peor es saber que, con el tiempo y mirando para atrás
de lejos, dejará de parecerte una mierda. Porque el recuerdo consiste, más
veces de las que debería, en idealizar el pasado.
Eliminamos
las partes malas y nos quedamos con las suficientes buenas como para poder
mirar atrás y decir qué tiempos aquellos. Cuando a lo mejor no lo fueron tanto.
O sí, y no fuimos capaces, por aquel entonces, de ver que había mucho más bueno
de lo que pensábamos. Que lo malo nos cegaba, hacía mucho ruido, y realmente no
era para tanto. Que no le dimos la importancia que debían tener a algunas cosas
y le dimos demasiada a otras que no se la merecían.
Supongo que
hay que relativizar. Que ni lo malo es tan malo, ni lo bueno fue tan bueno.
Pero
Alemania me enseñó a mirar más para adelante que para atrás. No a echar de
menos el ayer, sino a pensar que mañana estaremos echando de menos el hoy. Que
el hoy es el ayer nostálgico de mañana. Lo cual sólo nos conduce a una
conclusión: disfrutar hoy, siempre, para mañana poder decir, y esta vez con
razón, qué tiempos aquellos. Y qué bien los aproveché.
aplausos
ResponderEliminarOle
ResponderEliminar