viernes, 9 de mayo de 2014

El hoy es el ayer nostálgico de mañana


Saber que lo que hoy te sobra, un día te faltará, es una sensación muy extraña.
Tirando un poco a pena.

Porque no se puede hacer nada.

Cuando de repente te das cuenta de que un día estarás echando de menos algo o alguien, entonces decides aprovechar al máximo, disfrutarlo y ser feliz el tiempo que dure, porque sabes que se acabará. Una erasmus. Una de las enseñanzas más grandes y más importantes que me traje de Alemania: vivir cada momento, porque se acaba, porque sabes que se acaba, que hay una fecha y ya no vuelve más este estar aquí, y así. Pero cualquier cosa se puede acabar, sin que exista una fecha de caducidad ni un día de despedida marcado en el calendario por un vuelo ya comprado. Cualquier cosa puede cambiar sin necesidad de una catástrofe, sino simplemente porque hay giros inesperados, casualidades buenas o malas, destino o llámalo como quieras.
Etapas. Saltar de una a otra sin darte cuenta de lo que vas dejando atrás.
Por eso, cuando de repente eres consciente de que estás en una etapa y puedes pasar a otra en cualquier momento, entonces decides –entonces decido- aprovechar y disfrutarlo como si se acabara mañana. Es la moraleja más vieja: un carpe diem como una casa. 
Y estar así probablemente más preparado para los finales. Un final no se puede asumir bien si llega de repente y sin haber pensado en él previamente. Y ya lo dice el publicista, crecer es aprender a despedirse.

Pero saber que lo que hoy te sobra, un día te va a faltar, es una sensación muy extraña.
Porque no se puede hacer nada.

Porque no puedes tomar esa decisión de aprovechar al máximo lo que tienes ahora, porque te parece una mierda. Y lo peor es saber que, con el tiempo y mirando para atrás de lejos, dejará de parecerte una mierda. Porque el recuerdo consiste, más veces de las que debería, en idealizar el pasado.
Eliminamos las partes malas y nos quedamos con las suficientes buenas como para poder mirar atrás y decir qué tiempos aquellos. Cuando a lo mejor no lo fueron tanto. O sí, y no fuimos capaces, por aquel entonces, de ver que había mucho más bueno de lo que pensábamos. Que lo malo nos cegaba, hacía mucho ruido, y realmente no era para tanto. Que no le dimos la importancia que debían tener a algunas cosas y le dimos demasiada a otras que no se la merecían.

Supongo que hay que relativizar. Que ni lo malo es tan malo, ni lo bueno fue tan bueno.

Pero Alemania me enseñó a mirar más para adelante que para atrás. No a echar de menos el ayer, sino a pensar que mañana estaremos echando de menos el hoy. Que el hoy es el ayer nostálgico de mañana. Lo cual sólo nos conduce a una conclusión: disfrutar hoy, siempre, para mañana poder decir, y esta vez con razón, qué tiempos aquellos. Y qué bien los aproveché.