martes, 12 de febrero de 2013


Que amistades raras, tenemos todos.
Pero de lo raro, lo mejor.

Conocemos a gente por casualidad constantemente. Dijo alguien algún día que así es como se tienen que conocer a las personas, por casualidad. La mayoría de las veces que buscas algo no lo encuentras. Y las personas, como los objetos perdidos, aparecen cuando dejas de buscarlas.
La única diferencia es que nunca los perdiste.
O sí.
Porque me gusta pensar que estamos predestinados a cruzarnos con según qué gente. Nunca los perdimos, pero de alguna manera, nos hacen falta. Algunas personas son cruciales para que hagamos algo concreto, decidamos o pensemos según qué cosas. Te ayudan a hacerte camino al andar, como decía aquel poeta.
No necesariamente un amigo o un Amigo.
Una persona suficientemente carismática, importante, a veces anónima y a veces no, pero con suficiente poder como para influenciarte y hacerte pensar cosas que antes no habías pensado. Descubrir lo que tú solo no habrías descubierto. Contarte lo que nadie te había contado.  
Presentarte un mundo nuevo, decirte de qué hilo tirar, casi sin darse cuenta.
Y de repente miro para atrás y me doy cuenta de lo diferente que habría sido todo si no me hubiera cruzado con vosotros. Por separado. Cada uno a su manera. Y justo así y en ese momento. Creo que la mitad de las cosas que hago o que he hecho se las debo a gente que me ha influenciado para bien. y eso da para muchos párrafos.
Que nunca sabremos dónde estaríamos ahora, con quién estaríamos hablando y de qué, si no hubiéramos coincidido en el sitio adecuado en el momento adecuado. En mitad de una casualidad.

La mayoría de las veces la gente aparece de la nada y porque sí.
A veces los conoces y a veces no.
Pero si es que sí, luego te preguntarán. Cómo os conocisteis. Por qué. Dónde.
Y tú no sabrás explicar bien. No sabrás explicar cómo para contar lo raro y al mismo tiempo especial.
Y entonces responderás,
que amistades raras,
tenemos todos.

Pero de lo raro,
lo mejor.

viernes, 8 de febrero de 2013

Sonrisas erasmus.

Pienso a menudo que esto no se va a repetir.
Nunca.
No así.

Que deberíamos ponerle banda sonora.
Que deberíamos fijarnos en cada pequeñísimo detalle. Mirarlo todo, disfrutarlo todo. Absolutamente todo. Las calles tan blancas llenas de nieve. Las nevadas. Los semáforos apagados por la noche. La lluvia, el no sol. Los paseos por el centro. El frío y la increíble catedral. Por dentro y por fuera. Los amigos ajenos que van y vienen y con los que conectas rápidamente. Los alemanes a los que no entendemos. Los cumpleaños y las cenas. Los autobuses haciendo los mismos recorridos cada mañana a la misma hora. Los trams volviendo cada noche y esa calle oscura. La porquería de comida. Las risas y los estreses. Conocer gente nueva todo el rato, y de cualquier parte del mundo. La maldita maravillosa rutina.
Pienso a menudo que más pronto que tarde lo estaremos echando de menos.

Que deberíamos escribirlo.

Que el tiempo vuela y que estaremos mirando para atrás en unos cuantos días y que me faltará hasta este colchón de mierda.
Que me faltará escuchar italiano, inglés, alemán, o incluso catalán, según quién hable y con quién. Que me faltarán los cero grados y que se me habrá olvidado, como todo lo malo se olvida, los detallitos que tanto odio ahora y que tanto me hacen cabrearme.

Pienso a menudo en el y después qué, y a veces nos imagino pasando fotos con música de fondo y recordando aquellos tiempos.
Que, de verdad, no quiero que dejemos de vernos.
Aunque tenga que ser a través de pantallas.
Que esta realidad paralela se acabará y volver al mundo real será raro.
Que echo mucho de menos a mucha gente pero también sé que echaré mucho de menos a mucha gente.

Pienso a menudo que este es nuestro año. Que siempre lo recordaremos como el año. El año que viví en Alemania. Que me suena bien y que me siento orgullosa de haber sido capaz de hacer esto que tanto miedo me daba.
Y con el tiempo sonará mejor. Aunque nostálgico.

Que somos unos auténticos privilegiados y muchos no se dan cuenta. Yo lo valoro, cada día. Creo. O eso intento. Cada vez que me bajo del tranvía y ando por estas calles tan diferentes a las españolas pienso que esto es impagable. Que esto es una vez. Y que si es más veces, no lo podemos saber.
Que todo intento de describirlo no sale todo lo bien que me gustaría.

Pienso a menudo que algún día volveremos. Y que si es por separado, dolerá. Porque no me imagino Bremen sin vosotros.
Pienso, de verdad, que la vida está en valorar los pequeños detalles. Sólo así se aprovecha al máximo.
Un tranvía vacío a la una de la mañana. Alejándose cual fantasma en la oscuridad y la niebla. Una terminal de aeropuerto vacía y en silencio.  Escuchar alemán concienzudamente y pillar sólo dos palabras. Oír música y no saber de dónde viene. Ver beber cervezas en tazas de café. Ir pisando nieve al ritmo del emepetrés. Pisar hielo y que cruja. Ver nevar. Escuchar a un tío tocando la marimba. La música callejera. Mirar a través de las ventanas sin cortinas. Escribir. Crear. Motivar. Ilusionar. Largas conversaciones sobre todo y nada.

Calles vacías.
Y casas llenas de gente.

Sonrisas erasmus.