jueves, 12 de abril de 2012

Di continuidad.

Tenía ganas de actualizar esto pero poco tiempo para escribir nada. Así que os dejo por aquí una de las mejores cosas que le he leído a un tío que suele caer mal, aunque a mi me cae muy bien, y me encanta como escribe.
La clara demostración de que no es sólo lo que sale por la tele, es mucho más. Y a mí me alucina.


El artículo iba en uno de sus libros, publicado en 2008, y el tema de la educación, que yo recuerde, no estaba tan de moda todavía.


La continuidad está sobrevalorada. Cuarenta años de matrimonio, doce meses en China, diez años de contable jefe, seis estudiando francés. Pero no te engañes. Durar mucho haciendo algo no siempre es bueno. Y si no, mira la dictadura de Franco, cualquier monopolio, Ana Obregón o el Grand Prix de Ramón García.
Yo creo que todo empieza en la educación. Siendo todos tan diferentes, no entiendo cómo se nos ha educado para tratar de conseguir el mismo objetivo – en teoría, ser feliz- actuando todos siempre de la misma manera.
La educación que estamos viviendo en muchos países de cultura occidental dista mucho de lo que en mi opinión debería ser, un proceso de autodescubrimiento, autoconocimiento y autogestión. La educación que yo veo, y la que he sufrido en mis propias carnes, es más un proceso de autoanulación, autoaburrimiento y autohomogeneización, tanto a nivel de contenidos como de formas de no pensar.
No interesa el estudiante que más inventa, sino el que más conoce sobre lo ya inventado. No triunfa el estudiante que más aprende, sino el que más recuerda. No interesa el que más pregunta, sino el que más responde. Siempre hechos conocidos, jamás intuiciones por descubrir. ¿Te imaginas que en la vida pasase igual? Los historiadores dirigirían los destinos de la humanidad, bueno, bien pensado, igual nos iba mejor.
En fin, una vez leí que el tutor de Leonardo da Vinci, que no lo debió pasar fácil, lo que jamás hizo fue darle respuestas al joven Leo. Ante cualquier pregunta de su aprendiz, antes de dar la respuesta «correcta», siempre antepuso la misma pregunta: « ¿Y tú qué crees?»
Nadie se preocupa por enseñarnos a aprender, y ése es nuestro primer drama. Y la vida, crecer, es un proceso de aprendizaje. El que antes aprende, antes llega a donde quiera.
Crecer es aprender a despedirse. Ése, como digo, fue mi primer drama, y creo que nos pasa a todos. El día que te das cuenta de que crecer va a significar despedirse de personas, situaciones, emociones, memorias, ilusiones e incluso amigos que se supone iban a ser para toda la vida. El día que ves que crecer significa conocer cada día más a gente que ya murió. El día que te das cuenta de que hoy te despides mejor que hace un año. Que ya no te sorprende que la gente desaparezca de tu vida. Ese día estás aprendiendo a decir adiós, ese día estás creciendo.
El segundo drama es que nadie se ocupa de enseñarnos a manejar nuestras emociones, nuestras intuiciones y nuestros sentimientos, y si acaso prefieren que gestionemos esa parte tan burda y patéticamente fungible que es la memoria, un disco duro bastante limitadito del que, con los años, poco o nada podremos rescatar para la vida real. Se supone que la memoria nos va a ayudar a tomar decisiones y así no repetir los errores históricos.
Señores y señoras profesores, en un mundo como en el que vivimos, en el mundo post-Internet, en el mundo de Youtube, el mundo de los canales temáticos, de las videoconsolas, del cibersexo, de las guerras preventivas, del cambio climático, de la biotecnología, de la clonación, de la telerrealidad, en este mundo en el que lo único constante es el cambio, díganme a la cara qué decisiones de hace un año nos pueden dar pistas sobre decisiones que debemos tomar hoy.
Cómo es posible que todo el entorno empresarial esté obsesionado con lo que llaman gestión del cambio, mientras en los entornos docentes se siga enseñando a la manera de nuestros abuelos. Cómo es posible que nadie nos enseñe a gestionar nuestra vida personal.
Un día te despiertas y tienes 40 años, dos hipotecas que no te puedes permitir, una ex mujer que hace tiempo que chilla en vez de hablar, unos hijos que te odian tanto como aman a tu cartera, y un trabajo del que pronto te van a prejubilar para que dejes de tocar los cojones y puedan poner a un chaval recién salido del nido, pero eso sí, que tenga tres masters, dos carreras y que cobre menos de lo que cuesta un alquiler. Un día te das cuenta de que el mundo ha cambiado, y a ti nadie te avisó. Ese día vete a pedirle responsabilidades al ministro/-a de Educación.
Al final, muy luego, te das cuenta de que la única manera de responderse a las grandes preguntas, esas que son eternas, y encima pretender ser feliz, es ir cambiando las respuestas. Y ahí es donde vuelve a ser importante la idea de discontinuidad.
Yo estoy aprendiendo –poco a poco- a luchar por los conceptos, y no por sus aplicaciones concretas. Estar enamorado de estar enamorado. Trabajar para seguir trabajando. Aprender a aprender. Desear el deseo. Ilusionarme por la ilusión. Rechazar el rechazo. Tenerle miedo al miedo.
Quedarme con el continente pese a que vaya cambiando el contenido. Es más, ser consciente de que para que siga teniendo el primero tendré que ir renovando el segundo.
No sé si me ayudará mucho, pero de momento, y como decía el Massons, si non é vero, é ben trobatto.

Risto Mejide, El Pensamiento negativo.